Cuando un tren se va


Cuando llegué a la estación la ví, y no pude evitar que me temblaran las piernas. Ella se abrió paso entre la gente con su soltura innata, con un aura divina, de esas sobre los que tanto escriben los escritores cuando les gustaría acostarse con sus personajes.


Estaba sentada en el banco, y por un momento parecía tan cerca, que incluso podriamos habernos mirado a los ojos. Sin embargo la perdí de vista cuando el primero de los trenes llegó. No sé a donde fue; juraría que tardó décimas de segundos en desaparecer. Todos los presentes miramos hacia abajo con apatía, una vez más, la felicidad había pasado de largo.

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