Pon la quiniela; busca trabajo

En tiempos de crisis, y bajo el Sol de Julio, de nada sirve recorrer las calles en busca de trabajo. No lo digo yo, lo dice mi rencor vital. Desde que tengo uso de razón, y falta de dinero, repartir curriculums es una de las tareas más frustrantes que conozco, sobre todo cuando las dependientas a las que los entrego me dedican sonrisas a medio camino entre la compasión y el descojone absoluto, y aún es peor cuando me recomiendan rellenar formularios repletos de preguntas sobre mis aficiones o los puestos a los que me gustaría optar, ¿Dios mío los trabajos se pueden elegir? Mientras los relleno no puedo menos que imaginar que estoy ante una quiniela y no ante un pseudo curriculum que me permitirá ganar dinero algún día.

Tampoco olvido los estragos físicos que repartir curriculums deja cada día; a las dos horas de perigrinación no soy capaz de seguir apoyando la planta de los pies en el asfalto sin abrasarme los pies; a las tres horas, ni siquiera me molesto en apartar el pelo que el viento me devuelve en forma de látigo una y otra vez a la cara, ya no lo odio, de hecho, el mareo de no haber almorzado unido a la ceguera que produce el Sol, hace que simplemente fluya en armonía junto al viento sin percibir a los transeúntes ni a los coches. Para esto voy tan elegantemente conjuntada, podría pensar, por suerte, como nunca salgo de casa esperando milagros, voy vestida como para ir al supermercado. (Nota mental: ahí enfrente hay uno donde todavía no lo he puesto)

Para cuando llego a casa, después del esfuerzo sobrenatural que supone colocar un pie detrás del otro durante al menos dos kilómetros, los que van de la parada del tranvía a mi casa, estoy ciega, deshidratada y lista, es el momento en el que puedo freír un huevo en cada rincón de mi cuerpo. Pero, que nada me deje perder la calma; meto la llave en la cerradura, avanzo cual fantasma por el pasillo, y apenas tengo ganas de farfullar lo de siempre- “la cosa está fatal”- mientras me desplomo impávida sobre la nevera y doy paso al atraco desenfrenado de hidratos de carbono y glucosa. Voy encendiendo la tele para ver algún prehistórico capítulo de las chicas Gilmore mientras sigo almorzando ¿Qúe? Ah, es verdad, he empezado a buscar la ilusión en los clásicos, incluso, he creado un blog. ¿Será la vuelta de la esperanza?

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