Liarse la manta a la cabeza

La pila de carpetas era asesina a estas alturas, pareciera jactarse sólo de crecer y crecer, así hasta que había que dividir aquel arcoiris de plástico flúor de nuevo, y entonces realmente daba terror enfrentarse a ellas con la pluma en la mano. ¿Cuánto de lo que había en aquel despacho, incluído él, tenía en realidad importancia para alguien?. Las publicaciones colgadas en la vitrina de la entrada parecían romper a carcajdas en cuanto les daba la espalda, eran los ecos viejísimos de los días en que, sin apenas esfuerzo conseguía resultados capaces de hacer quitar el sombrero al más ilustre de los abogados. Sin embargo le parecía cada vez más absurdo que estuvieran allí, como si no le pertenecieran, como si vanagloriaran a otro con su mismo traje anodino, pero un tipo más joven, que, en virtud de la correspondiente inocencia de su edad, llevara por bandera todos sus sueños incumplidos.
-Carlos, tiene que estar listo antes las cinco. Paula acaba de llamar preguntando por el sobre con las facturas de ayer, no lo encuentra donde le dijiste.
-Enseguida estoy contigo, déjame un minuto, ahora llamo a Paula.
Por supuesto, Paula. Siempre las mismas llamadas a la misma hora, el mismo cansancio ronco, las quejas; preocupada por la hora a la que llegaría a casa, pero sólo para saber si podría irse antes a la cama. Paula, sin hueco ya para aventurarse ni un poco. Qué lejos quedaban aquellas tardes en que hacían kilómetros y kilómetros sólo para ver llover sobre San Sebastián, y abrazarse allí, descalzos, hasta que el frío compartido entre las costillas desapareciera. Que nada volvería a ser igual, lo sabía, pero qué difícil era desprenderse de todo para empezar de cero, y más aún siendo calvo, y no viéndose los pies cuando miraba desde arriba. Lo daría todo por volver atrás, pero no con ella, no para volver a casarse inconsciente y convenientemente, sólo volver atrás para saber lo que era sentirse vivo, merecer sentirse vivo. Lamentablemente en algún momento dejan de quedar balas para acallar los sueños, y ante el desastre que la visión de la realidad supone, es más fácil liarse la manta a la cabeza, no para echar a andar, sólo para no ver cómo toda ilusión huye caminando irremediablemente hacia la extinción.
Amén Carlos.

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