Estaba empeñada en él, porque él era la persona mentalmente más atrayente que había conocido en su vida. Era tímido, discreto, parsimonioso, y tenía un humor negrísimo. Tan insómnico como ella, bebía café y fumaba compulsivamente, vestía americana, y llevaba las mismas gafas de vista desde hacía años.
Estaba empeñada en él, porque no se sentía ridícula estando empeñada en él; porque aunque él no le dijo ni una sola vez que la consideraba guapa, o atractiva, se sintió más deseada a todos los niveles por aquel ser extravagante, de lo que se sintió jamás por cualquier otra persona. Cada vez que se encontraban sus palabras, sus ideas, o sus manos, era, aunque intentaran disimularlo frente a los demás, algo tan revelador y excitante que ni siquiera podían abarcarlo todo de una vez. Él sabía el efecto que causaba en ella, y ella el que causaba en él, de tal forma que en aquel momento, las cosas sólo podían caminar hacia una misma dirección, el acierto. Sin embargo, como ocurre tantas veces, en tantas otras historias, los sueños se topan con esa escena desternillante en la que ella deja a su pareja por él, y él no.
Y así fue como, el cinismo, se precipitó kamikaze de tu cabeza a la mía y deshizo las maletas para no irse jamás.
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