Mujeres y té, todo es empezar

Aprovechó hasta el delirio lo que aquella diminuta taza de té podía dar de sí, lo removió con una parsimonia desesperante, aún cuando hacía diez minutos que había comenzado a enfriarse. Podría pedir otro -pensó- mirar el interior de una taza de té vacía en medio de una cafetería atestada de gente debe ser una imagen realmente desconsolante. No, quizás debería pedir algo dulce; esa palmera de dos chocolates mezclados en una suerte de zigzag no parece tan artificial, de hecho, quitando los laterales, puede que aún conserve alguna parte blanda. La picoteó dándole una forma extravagante; una migaja de chocolate blanco, ahora un poco chocolate negro. Señor, esta palmera es realmente infumable –se dijo mientras sonreía a la dicharachera camarera que se la había servido-.
Es lo peor que he hecho, no debí venir –musitó cabizbaja- todo esto es surrealista. Zarandeó dentro de la taza la última gota de té y la apuró para fingir que seguía ocupada durante un segundo más. Esperaría a que las agujas cayeran sobre las once y diez y se iría, todo estaba decidido. Giró la pesada butaca una vez más hacia la puerta. Hay demasiada gente alegre y chisporroteante en este bar, ¿Soy la única que se da cuenta?. Le pareció que las carcajadas se multiplicaban cada dos segundos; su sonido le resultaba cada vez más chirriante. Repiqueteó las uñas cortas y doradas en la barra mientras perdía su mirada en el bolso y decidía qué nuevo entretenimiento fingir. Tendría que haberlo imaginado, tendría que haberlo visto venir ¿Cómo puedo seguir siendo tan ilusa a estas alturas? Yo, que estoy de vuelta de toda esta historia hilarante.
Sacó el móvil por enésima vez para hacer lo que todo el mundo hace en situaciones de hastío absoluto; leer mensajes sin prestarles atención alguna.
El reloj llegó a las once y diez antes de lo previsto, lo sabía, e intentaba asimilarlo, era una hora razonable para pagar su indigesto desayuno e irse. Fue lo que hizo, con mirada altiva dedicada al vacío se levantó triunfal de la butaca y se dirigió con pasos firmes hacia la puerta. Esta vez lo conseguiría, esta vez lo olvidaría todo de verdad, pondría fin a un año lleno de promesas agonizantes que nunca se cumplían, de eternos silencios en el coche, y de una cama que hace meses no registraba movimiento alguno, ni siquiera en las reconciliaciones. El mundo está atestado de rubias- se dijo mientras fumaba absorta un cigarrillo que el camarero senegalés que descansaba en la escalera de incendios le había ofrecido-. El mundo está atestado de rubias y todas planean volverme loca.

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